
Pablo Neruda nace en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 con el nombre de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, que no se cambiaría por el pseudónimo Pablo Neruda hasta después de algunos años. Un mes después su madre, Doña Rosa Basoalto, muere agotada por la enfermedad de la tuberculosis. Posteriormente se transladará a Temuco con su padre, en 1906. Lo que él mismo cuenta de la etapa de su infancia, sin derrochar demasiadas líneas en aportar fechas innecesarias, es simple y muy anecdótico.
Desde niño, fascinado por la naturaleza chilena, apasionado por sus paisajes y todas sus formas de vida, desarrolla un gran interés explorador, disfrutando a cada paso con sus pequeños descubrimientos. Sus ilusiones se centran en observar y capturar nuevos insectos, plantas y animales más exóticos, que nacen y mueren en la extensión de su país natal.
En convivencia con su padre, José del Carmen Reyes, conductor de un tren lastrero, entabla también amistad con sus compañeros de oficio, que mostrando curiosidad por el pequeño investigador, comparten su interés por las formas de vida que le ocupan desde muchacho. Su madrastra, Trinidad Candia Marverde, era una mujer dulce y adorable, llena de amor y cariño hacia él y su padre.
Pablo nos ilustra en este primer capítulo con innumerables anécdotas de su infancia. Empezó a trastear desde temprano entre las cosas que había en su casa, que a sus ojos constituían formidables tesoros. Muchos años estuvo enamorado del baúl en el que su madre había guardado las cartas de amor a María Thielman. Postales escritas a mano en las que un viajero escribía en la máxima expresión amorosa, dejaba todos sus sentimientos con audacia y buenas figuras. Por este motivo, Pablo comenzó también a sentir algo especial por la señora Thielman. Es posible que ésta fuera una de sus primeras experiencias literarias, aunque nunca le fue desvelada la intriga de saber cómo habían llegado hasta allí.
Cuando por fin entra en el liceo, sus compañeros no reconocen su condición de poeta, ni la respetan. Empieza a escribir cartas de amor para ayudar a uno de sus amigos, y cuando la amada descubre quién es el verdadero autor de las cartas, obsequia a Pablo con un membrillo de regalo. A partir de ese momento, nace un amor mutuo entre ambos y continúan con la práctica de las cartas y el membrillo. Pero ésta es sólo otra más de sus anécdotas, como la de su primera fantasía erótica, tan hilarante que acaba con dos perseguidoras intentando desnudar al jóven poeta, en su propia casa y con su padre delante.
Podemos saber con certeza, por sus propios escritos, el amor que tuvo a la naturaleza, a Chile, y a todas las partes del mundo con las que se sintió alguna vez identificado.
LA MAMADRE (poema, Pablo Neruda)
La mamadre viene por ahí,
con zuecos de madera. Anoche
sopló el viento del polo, se rompieron
los tejados, se cayeron
los muros y los puentes,
aulló la noche entera con sus pumas,
y ahora, en la mañana
de sol helado, llega
mi mamadre, doña
Trinidad Marverde,
dulce como la tímida frescura
del sol en las regiones tempestuosas,
lamparita
menuda y apagándose,
encendiéndose
para que todos vean el camino.
Oh dulce mamadre
—nunca pude
decir madrastra—,
ahora
mi boca tiembla para definirte,
porque apenas
abrí el entendimiento
vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,
la santidad más útil:
la del agua y la harina,
y eso fuiste: la vida te hizo pan
y allí te consumimos,
invierno largo a invierno desolado
con las goteras dentro
de la casa
y tu humildad ubicua
desgranando
el áspero
cereal de la pobreza
como si hubieras ido
repartiendo
un río de diamantes.
Ay mamá, ¿cómo pude
vivir sin recordarte
cada minuto mío?
No es posible. Yo llevo
tu Marverde en mi sangre,
el apellido
del pan que se reparte,
de aquellas
dulces manos
que cortaron del saco de la harina
los calzoncillos de mi infancia,
de la que cocinó, planchó, lavó,
sembró, calmó la fiebre,
y cuando todo estuvo hecho,
y ya podía
yo sostenerme con los pies seguros,
se fue, cumplida, oscura,
al pequeño ataúd
donde por primera vez estuvo ociosa
bajo la dura lluvia de Temuco.
EL PADRE (poema, Pablo Neruda)
de sus trenes:
reconocimos
en la noche el
pito
de la locomotora
perforando la lluvia
con un aullido errante,
un lamento nocturno,
y luego
la puerta que temblaba:
el viento en una ráfaga
entraba con mi padre
y entre las dos pisadas y presiones
la casa
se sacudía,
las puertas asustadas
se golpeaban con seco
disparo de pistolas,
las escalas gemían
y una alta voz
recriminaba, hostil,
mientras la tempestuosa
sombra, la lluvia como catarata
despeñada en los techos
ahogaba poco a poco
el mundo
y no se oía nada más que el viento
peleando con la lluvia.
Sin embargo, era diurno.
Capitán de su tren, del alba fría,
y apenas despuntaba
el vago sol, allí estaba su barba,
sus banderas
verdes y rojas, listos los faroles,
el carbón de la máquina en su infierno,
la Estación con los trenes en la bruma
y su deber hacia la geografía.
El ferroviario es marinero en tierra
y en los pequeños puertos sin marina
- pueblos del bosque - el tren corre que corre
desenfrenando la naturaleza,
cumpliendo su navegación terrestre.
Cuando descansa el largo tren
se juntan los amigos,
entran, se abren las puertas de mi infancia,
la mesa se sacude,
al golpe de una mano ferroviaria
chocan los gruesos vasos del hermano
y destella
el fulgor
de los ojos del vino.
Mi pobre padre duro
allí estaba, en el eje de la vida,
la viril amistad, la copa llena.
Su vida fue una rápida milicia
y entre su madrugar y sus caminos,
entre llegar para salir corriendo,
un día con más lluvia que otros días
el conductor José del Carmen Reyes
subió al tren de la muerte y hasta ahora no ha vuelto.
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