lunes, 10 de noviembre de 2008

Infancia y Poesía de Pablo Neruda


Pablo Neruda nace en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904 con el nombre de Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, que no se cambiaría por el pseudónimo Pablo Neruda hasta después de algunos años. Un mes después su madre, Doña Rosa Basoalto, muere agotada por la enfermedad de la tuberculosis. Posteriormente se transladará a Temuco con su padre, en 1906. Lo que él mismo cuenta de la etapa de su infancia, sin derrochar demasiadas líneas en aportar fechas innecesarias, es simple y muy anecdótico.

Desde niño, fascinado por la naturaleza chilena, apasionado por sus paisajes y todas sus formas de vida, desarrolla un gran interés explorador, disfrutando a cada paso con sus pequeños descubrimientos. Sus ilusiones se centran en observar y capturar nuevos insectos, plantas y animales más exóticos, que nacen y mueren en la extensión de su país natal.

En convivencia con su padre, José del Carmen Reyes, conductor de un tren lastrero, entabla también amistad con sus compañeros de oficio, que mostrando curiosidad por el pequeño investigador, comparten su interés por las formas de vida que le ocupan desde muchacho. Su madrastra, Trinidad Candia Marverde, era una mujer dulce y adorable, llena de amor y cariño hacia él y su padre.

Pablo nos ilustra en este primer capítulo con innumerables anécdotas de su infancia. Empezó a trastear desde temprano entre las cosas que había en su casa, que a sus ojos constituían formidables tesoros. Muchos años estuvo enamorado del baúl en el que su madre había guardado las cartas de amor a María Thielman. Postales escritas a mano en las que un viajero escribía en la máxima expresión amorosa, dejaba todos sus sentimientos con audacia y buenas figuras. Por este motivo, Pablo comenzó también a sentir algo especial por la señora Thielman. Es posible que ésta fuera una de sus primeras experiencias literarias, aunque nunca le fue desvelada la intriga de saber cómo habían llegado hasta allí.

Cuando por fin entra en el liceo, sus compañeros no reconocen su condición de poeta, ni la respetan. Empieza a escribir cartas de amor para ayudar a uno de sus amigos, y cuando la amada descubre quién es el verdadero autor de las cartas, obsequia a Pablo con un membrillo de regalo. A partir de ese momento, nace un amor mutuo entre ambos y continúan con la práctica de las cartas y el membrillo. Pero ésta es sólo otra más de sus anécdotas, como la de su primera fantasía erótica, tan hilarante que acaba con dos perseguidoras intentando desnudar al jóven poeta, en su propia casa y con su padre delante.

Podemos saber con certeza, por sus propios escritos, el amor que tuvo a la naturaleza, a Chile, y a todas las partes del mundo con las que se sintió alguna vez identificado.


LA MAMADRE (poema, Pablo Neruda)

La mamadre viene por ahí,

con zuecos de madera. Anoche

sopló el viento del polo, se rompieron

los tejados, se cayeron

los muros y los puentes,

aulló la noche entera con sus pumas,

y ahora, en la mañana

de sol helado, llega

mi mamadre, doña

Trinidad Marverde,

dulce como la tímida frescura

del sol en las regiones tempestuosas,

lamparita

menuda y apagándose,

encendiéndose

para que todos vean el camino.

Oh dulce mamadre

—nunca pude

decir madrastra—,

ahora

mi boca tiembla para definirte,

porque apenas

abrí el entendimiento

vi la bondad vestida de pobre trapo oscuro,

la santidad más útil:

la del agua y la harina,

y eso fuiste: la vida te hizo pan

y allí te consumimos,

invierno largo a invierno desolado

con las goteras dentro

de la casa

y tu humildad ubicua

desgranando

el áspero

cereal de la pobreza

como si hubieras ido

repartiendo

un río de diamantes.

Ay mamá, ¿cómo pude

vivir sin recordarte

cada minuto mío?

No es posible. Yo llevo

tu Marverde en mi sangre,

el apellido

del pan que se reparte,

de aquellas

dulces manos

que cortaron del saco de la harina

los calzoncillos de mi infancia,

de la que cocinó, planchó, lavó,

sembró, calmó la fiebre,

y cuando todo estuvo hecho,

y ya podía

yo sostenerme con los pies seguros,

se fue, cumplida, oscura,

al pequeño ataúd

donde por primera vez estuvo ociosa

bajo la dura lluvia de Temuco.


EL PADRE (poema, Pablo Neruda)

El padre brusco vuelve

de sus trenes:

reconocimos

en la noche el

pito

de la locomotora

perforando la lluvia

con un aullido errante,

un lamento nocturno,

y luego

la puerta que temblaba:

el viento en una ráfaga

entraba con mi padre

y entre las dos pisadas y presiones

la casa

se sacudía,

las puertas asustadas

se golpeaban con seco

disparo de pistolas,

las escalas gemían

y una alta voz

recriminaba, hostil,

mientras la tempestuosa

sombra, la lluvia como catarata

despeñada en los techos

ahogaba poco a poco

el mundo

y no se oía nada más que el viento

peleando con la lluvia.

Sin embargo, era diurno.

Capitán de su tren, del alba fría,

y apenas despuntaba

el vago sol, allí estaba su barba,

sus banderas

verdes y rojas, listos los faroles,

el carbón de la máquina en su infierno,

la Estación con los trenes en la bruma

y su deber hacia la geografía.

El ferroviario es marinero en tierra

y en los pequeños puertos sin marina

- pueblos del bosque - el tren corre que corre

desenfrenando la naturaleza,

cumpliendo su navegación terrestre.

Cuando descansa el largo tren

se juntan los amigos,

entran, se abren las puertas de mi infancia,

la mesa se sacude,

al golpe de una mano ferroviaria

chocan los gruesos vasos del hermano

y destella

el fulgor

de los ojos del vino.

Mi pobre padre duro

allí estaba, en el eje de la vida,

la viril amistad, la copa llena.

Su vida fue una rápida milicia

y entre su madrugar y sus caminos,

entre llegar para salir corriendo,

un día con más lluvia que otros días

el conductor José del Carmen Reyes

subió al tren de la muerte y hasta ahora no ha vuelto.

No hay comentarios: