
Allí, en Valparaíso, había un vecino llamado don Zoilo que todas las mañanas salía al balcón a hacer ejercicio. Guardaba un Stradivarius que nunca tocó porque pretendía venderlo algún día en Estados Unidos y hacerse millonario. Un día don Zoilo falleció y su violín desapareció del armario donde lo guardaba.
Una vez Neruda quiso entrar a visitar una gran casa que allí existía, la mansión del explorador, para ver todos los trofeos y colecciones que había dentro. El dueño de la casa le dejó pasar y le explicó con detalle de dónde provenía cada una de las figuras, instrumentos, trofeos e ídolos que guardaba.
En otra ocasión Pablo Neruda conoció a un hombre llamado Bartolomé que viajaba en carreta con su loro al hombro y con su espada. Este tipo de extraordinarios personajes era una de las cosas que más fascinaba a Pablo de Valparaíso.
Muchas veces Valparaíso sufrí gigantescas sacudidas de terremotos, que ocasionaban a menudo un gran número de víctimas mortales, conjugando la belleza del paisaje con la atrocidad de la catástrofe. Era una ciudad repleta de escaleras que siempre admiró el poeta, por su belleza aparentemente simple, y su complejidad real, sus cerros, sus habitantes, su historia.
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