domingo, 28 de diciembre de 2008

Pablo Neruda en Valparaíso (El vagabundo de Valparaíso)

Cuando Pablo era joven, desde Santiago de Chile, de vez en cuando sentía un gran impulso que le empujaba a viajar a Valparaíso. Compraba un billete para el tren en tercera clase y se embarcaba en el viaje con sus amigos. En una ocasión iban a despedir a unos amigos pintor y poeta que se marchaban a Francia, y decidieron reunirse en la casa de Novoa, un compañero suyo, en Valparaíso. Después de un arduo y empedrado camino, llegaron a la casa, que resultó ser una cabaña con dos habitaciones. En una de ellas se encontraba la cama de su amigo, y en la otra había un sillón. Todos se quedaron a dormir en la cabaña, Pablo durmió en el sillón y algunos otros en el suelo. Pablo no conciliaba el sueño, pero al cabo de un rato comenzó a sentirse arropado por los aromas silvestres del lugar, por la fragancia las plantas que le traían recuerdos de Temuco, y envuelto en esa suma de sensaciones el poeta consiguió cerrar los ojos y dormirse.

Allí, en Valparaíso, había un vecino llamado don Zoilo que todas las mañanas salía al balcón a hacer ejercicio. Guardaba un Stradivarius que nunca tocó porque pretendía venderlo algún día en Estados Unidos y hacerse millonario. Un día don Zoilo falleció y su violín desapareció del armario donde lo guardaba.

Una vez Neruda quiso entrar a visitar una gran casa que allí existía, la mansión del explorador, para ver todos los trofeos y colecciones que había dentro. El dueño de la casa le dejó pasar y le explicó con detalle de dónde provenía cada una de las figuras, instrumentos, trofeos e ídolos que guardaba.

En otra ocasión Pablo Neruda conoció a un hombre llamado Bartolomé que viajaba en carreta con su loro al hombro y con su espada. Este tipo de extraordinarios personajes era una de las cosas que más fascinaba a Pablo de Valparaíso.

Muchas veces Valparaíso sufrí gigantescas sacudidas de terremotos, que ocasionaban a menudo un gran número de víctimas mortales, conjugando la belleza del paisaje con la atrocidad de la catástrofe. Era una ciudad repleta de escaleras que siempre admiró el poeta, por su belleza aparentemente simple, y su complejidad real, sus cerros, sus habitantes, su historia.

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