lunes, 12 de enero de 2009

Viaje al oriente


Marsella fue un lugar que fascinó a Pablo por su romanticismo comercial. El barco que tomaron hasta Singapur parecía contener un pedazo de Francia, ya que estaba repleto de sudamericanos y franceses. Muchos de los pasajeros llevaban consigo máquinas de escribir, y la tripulación no dudaba en pedirles el favor de pasar sus cartas a máquina.

También el puerto de Djibuti en el Mar Rojo le impresionó a Neruda, con su intensidad comercial y su té helado.

En Shangai pasó las noches adentrándose en los cabarets casi vacíos de la ciudad, siempre junto a su amigo Álvaro Hinojosa. Una noche de 1928, ya demasiado tarde para volver al barco a pie, tomaron un ricksha cada uno, con la intención de volver más rápidamente. Los conductores les alejaron del centro urbano, llevándoles a un sitio inhabitado donde les atracaron y robaron sus pertenencias, pero dejando intacta su documentación. Así tuvieron que regresar solos al barco.

Llegaron a Japón con la esperanza de que el dinero enviado desde Chile estuviera ya en el consulado. Se tuvieron que hospedar en un refugio de marineros, en Yokohama. Había un cristal roto y entraba todo el frío de la noche, pero nadie respondía a sus peticiones. Un barco naufragó en la costa japonesa, y el asilo se llenó de marineros. Pablo y Álvaro conocieron allí a un marinero vasco que fue su protector durante esos días. Mientras tanto, intentaron contactar con el Cónsul General de Chile para conseguir el dinero, pero no les prestaban atención. Al fin descubrieron que los fondos habían llegado antes que ellos, y habían pasado desapercibidos. Para celebrarlo fueron al mejor café de Tokio, el Kuroncko, y brindaron por su incómoda experiencia.

Pronto llegaron a Singapur. Pablo y su amigo creían estar muy cerca de Rangoon, pero en realidad esto no era cierto. Fueron a visitar al cónsul de Chile, tratando de conseguir más fondos para seguir con su viaje. El señor Mansilla, que así se llamaba el cónsul, se negaba a darles dinero, por lo que Pablo le pidió una autorización para dar una charla acerca de Chile y así recaudarlo ellos mismos. Éste se negó rotundamente, y después de ser chantajeado con la celebración de esa charla, aceptó entregárselo, con unos intereses que los dos amigos nunca pagaron. Por fin llegaron a Rangoon, sorprendidos por sus vestidos y colores, por la pagoda Swedagon y el sucio y ancho río Irrawadhy que desembocaba en el golfo de Martabán.

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