lunes, 12 de enero de 2009

En Singapur

En Colombo, la soledad abrumaba a Pablo Neruda. Solo contaba con la compañía de algunas visitas, de amigos con los que bebía y mujeres con las que se acostaba, pero que no mostraban interés en él. Una de ellas le aseguró haberse acostado una vez con catorce hombres la misma noche.

Sin embargo, Pablo no duró mucho más tiempo allí. Fue ascendido por el Ministerio de Relaciones Exteriores, a cónsul de Singapur y Batavia, donde tuvo que trasladarse. Se quería llevar consigo a su mangosta, y para ello se hizo acompañar de Brampy, para que le ayudara a burlar la aduana.

Existían tantos consulados de Chile repartidos por el mundo a causa de dos factores principales: el concepto de “self-importance” que tenían de sí mismos los chilenos; y la embarcación de yute y té desde aquellos países orientales. Los chilenos son unos grandes consumidores de té.

Al llegar a Singapur en barco, descubrió que no existía, a pesar de todo, consulado chileno en ese país, y cuando trató de preguntar por el cónsul llamado señor Mansilla (aquel al que habían visitado él y Álvaro durante su viaje) le respondieron que no había ningún cónsul con ese nombre.

Pablo se apresuró para llegar al barco con Brampy y su mangosta, y continuaron el viaje hacia Batavia. En el barco había conocido a una mujer judía llamada Kruzi. Ella iba a casarse con un gran empresario chino, colocada por una organización que se dedicaba a ese tipo de casamientos de conveniencia, pero fue descubierta por la policía y condenada a regresar a su país. Le contó todo el problema a Pablo, quien le aconsejó visitar aún así al empresario chino que ya lo tendría todo dispuesto, y después de visitarlo, Kruzi volvió con Pablo para hablarle de la situación. El empresario tenía toda la casa preparada ya para que Kruzi se instalara a vivir, y poseía una colección de calzones femeninos de los que la mujer había aceptado algunos. Uno de ellos se lo dedicó a Pablo, ambos hicieron el amor y ya nunca la volvió a ver el poeta.

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